¿Elegimos cómo vivir o nos eligen?
Los fructíferos artículos de M. Antonieta Vera y Alejandra Botinelli, en la sección Opinión de feministastramando.cl, me motivan a escribir estas líneas sobre asuntos que considero no resueltos en el pensamiento - praxis feminista por ser justamente nosotras, las mujeres, producto de las socializaciones que cada época requiere y por tanto mayoritariamente agentes y creadoras de las mismas interpretaciones que refuerzan tal socialización.
Hoy “lo público” como activa participación laboral/social/política es el ámbito valorado por todos para todos.. allí tenemos que estar las mujeres, en ese “todos” público validado socialmente para cualquier persona, sea hombre o mujer. La división que persiste con el ámbito privado (hogar, familia, afectos, pareja, domesticidades) es lo que me obliga a re-mirar nuestras miradas. Ámbitos cuyas valoraciones diferenciadas nos hablan precisamente de valores dominantes: del valor del dinero y la productividad, del éxito laboral, profesional, social, de la independencia, la autonomía, la realización personal (palabras en uso), mujeres modernas al fin y al cabo.
¿Decidimos cómo vivir? ¿Puede una mujer elegir un espacio u otro sin los costos y las críticas que tal elección implica?, ¿puede y quiere una mujer joven criar sus hijos e hijas a la vez que se forma y desarrolla como persona en la dirección que ella misma, con o sin pareja, va definiendo?
Los hechos muestran que crece el porcentaje de mujeres que se acercan a los 40 años de edad sin tener hijos, tampoco pareja en muchos casos. Una elección condicionada. Los países nórdicos son una buena muestra de los problemas demográficos que se les presentaron con este modelo de sociedad cuyos conceptos de desarrollo están asentados en la división público-privado a costa de las propias mujeres; también de los hombres que se empobrecen en otros sentidos.
En esos países (donde la empleada doméstica no existe) hubo que dar respuestas concretas a realidades que en países como el nuestro recién comienzan. ¿Se trata de repetir soluciones o de ver en conjunto en qué tipo de sociedad queremos vivir? Por su parte, la evidencia permanente de la violencia sexual que afecta a un enorme porcentaje de mujeres en todo el mundo, mayor en África, Asia y América Latina (violencia física, psicológica y otras formas abiertas y sutiles que se ejercen en los ámbitos públicos y privados), es indicador del estado del arte: actúa a la vez sobre todas las mujeres, aunque no se la reconozca. Lo mismo que hacen las dictaduras, no necesitan matar o desaparecer a todo el mundo para imponer su poder por la fuerza.
Coincido con otras en que la igualdad, la equidad, la paridad o como quiera nombrarse a este principio de justicia, no es posible en sociedades patriarcales como las que seguimos reproduciendo. Más aún, la igualdad de oportunidades como sinónimo de actividades y funciones similares para hombres y mujeres en lo laboral y en lo político-público, intentando la misma valoración material y simbólica, lleva a la sinrazón de celebrar como un logro la participación creciente de mujeres en las fuerzas armadas.
La igualdad de oportunidades no es neutra. No se cuestionan los para qué de tal participación u otra en tanto garantes y reproductoras de un sistema generador de desigualdad, peor aún el caso de las fuerzas armadas, expresión de una cultura de muerte que dirime diferencias y conflictos basándose en la capacidad de disuasión con millonarios recursos del país vuelto armamento, a costa de recursos para la vida como lo son la salud, la alimentación, la vivienda, la educación, ámbitos donde se desenvuelve una mayoría de mujeres. “Sujeto político” como “sujeto ético” antes que el “sujeto de derecho” de la tradición occidental, es lo que retoma Maurizio Lazzarato en sus lúcidos análisis sobre política y movimientos sociales. Pienso que el feminismo, los feminismos, tienen mucho que hacer y decir al respecto.
No está demás recordar que el patriarcado es UN tipo de organización social, no el único, que tiene unos 10.000 años de existencia y que se hizo global con la internacionalización de un modelo económico que no es sino la expresión concreta y perfeccionada de sus principales valores: el individualismo, la competitividad, la jerarquía, la autoridad asentada en el autoritarismo. Tampoco está demás recordar que ha habido otras formas de organización social donde los principios de la cooperación y la solidaridad están al centro. En Creta hace 8000 años no había armas, sí instrumentos de labranza, y las deidades eran femeninas no porque hubiese matriarcado, la otra cara del patriarcado, sino porque representaban los principios de la vida, la matriz, el origen. De allí el nombre de sociedades matrísticas o gilánicas, de gyn, giné, femenino y an, andros, masculino, ambos en función de la vida. No separados, opuestos, jerarquizados por las valoraciones desiguales que se les asignan, como ocurre en nuestra cultura.
Aquí género es sinónimo de casta, decía Julieta Kirkwood. Obligatoriamente tienen que surgir los conceptos de ‘incorporación’, de discriminación y acción positiva, los planes y programas de igualdad, de equidad, paridad. ‘In-corporar’ a la mitad de la humanidad a un mundo malhecho obliga a contraerse, a constreñirse, a ajustar cuerpos y deseos. In-corporarse, insertarse, integrarse, lenguajes que hablan de no-lugar. Decía Julieta en los 80 que una tarea feminista principal es negar la división entre público y privado. “Nos encontramos con la imposibilidad teórica y actual de la igualdad, en un mundo diferenciado por la naturaleza del trabajo productivo y del trabajo doméstico”.. “..el feminismo rechaza la posibilidad de realizar pequeños ajustes de horarios y de roles al orden actual, pues eso no sería otra cosa que la inserción a un ámbito-mundo ya definido por la masculinidad... se trata entonces de un mundo que está por hacerse y que no se construye sin destruir el antiguo” (o desprenderse, si les parece mejor).
Mundo privado y trabajo doméstico es mucho más que “lo doméstico”: reproducción cotidiana de la vida, reproducción material y simbólica de la cual nos hacemos cargo principalmente las mujeres y que se extiende al trabajo remunerado que realiza la mayoría: un poder para la transformación, no para perpetuar lo existente. Dicho esto, sería interesante hacer un seguimiento a la carrera que imparte la Universidad de Los Andes para señoritas que quieren hacer un solo mundo en sus vidas, con marido y bien remuneradas. Se trata de carrera nueva. Profesionaliza lo que ha sido casi el sino de las mujeres. Dada la experiencia acumulada, contendrá más que unos cuantos tips para resolver trabajo remunerado/pareja-familia, ecuación irresuelta. En una de esas terminan también con la violencia femicida y se convierten en mujeres plenamente realizadas, felices, un modelo para otras, ¿quién sabe? (dinero hay que tener, eso sí, para sevicio doméstico y demases, con lo cual volvemos al cuasi eterno e irreductible problema del dinero y su distribución, la cuestión de clase, en fin).
El asunto seguirá siendo poder decidir cómo vivir, sin castigos materiales ni simbólicos. No sólo “elegir” en el mundo casi naturalizado del “es lo que es” – “es lo que hay”. Cuestión de democracia, aunque no al estilo de los primeros griegos que nos legaron tal división hasta hoy con sus polis y sus oikos, y a los que se sigue honrando como a los ‘padres’ de la democracia occidental.
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